La tristeza no quita la gratitud

Ninguna persona es una isla,
la muerte de cualquiera me afecta
porque me encuentro unido a toda la humanidad
por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas,
doblan por ti.
Jhon Donne 1572-1631

En los días de 2009 que siguieron a la muerte de Mario Benedetti las librerías quedaron con varios anaqueles vacíos. Los cuentos, las novelas, las poesías y hasta las menos promovidas obras de teatro, que en algún caso ni siquiera llegaron a representarse, se agotaron. Fue lo que hizo decir a Horacio Buscaglia que “la muerte es un buen sponsor en Uruguay”.
Como suelen hacer los buenos escritores, el popular “Corto” decía lo que todo el mundo dice pero lo hacía sonar mucho mejor. En Uruguay por lo menos es un dicho popular que basta morirse para hacerse acreedor a la bondad. Está en boca de todos y en el convencimiento de nadie. Tampoco Horacio Buscaglia creía que el valor de la literatura de Mario Benedetti dependía de un hecho tan nimio como la muerte. Ésta le regalaría apenas un fugaz primer plano en los titulares de esos días. Tampoco los necesitaba. Bastaba lo vivido y parafraseando a Antonio Machado, estoy seguro que Buscaglia también reconocería que a don Mario le debemos cuanto ha escrito.
El domingo 6 de diciembre nos despertamos con la noticia que había muerto el doctor Tabaré Vázquez. Como a Benedetti, y al mundo entero, la muerte no le dará lo que no tuvo. En todo caso hará que podamos pensar en forma especial en lo que nos deja, como toda vida que, por lo menos en lo cotidiano, no compartirá con nosotros el espacio de este mundo. La muerte es una parte de la vida y es ella en su totalidad la que deja en la memoria de los demás lo que hayamos merecido.
Murió un expresidente, pero antes que eso murió una persona, un familiar, un amigo para muchos, un profesional apasionado por su vocación. Somos todas las cosas al mismo tiempo. La función pública en un lugar de tamaña exhibición amenaza con borrar a todas las demás, el riesgo es quitarle profundidad al fenómeno que como humanos somos. Entre los testimonios que por radio escuché esa mañana me conmovió el de alguien que llamó desde Cardona, dijo su nombre de pila que aquí no importa y remarcó que nunca lo había votado. Lo había conocido personalmente y destacó su valía como médico y su trato de cercanía humana en un momento tan particular como es enfrentarse a una enfermedad contra la cual puso todo su esfuerzo y paradójicamente pareciera que le ganó la última batalla. Me trajo a la memoria a un acérrimo opositor de su sector político que durante una campaña presidencial en la que Vázquez era un contendor me dijo algo parecido. La vida le había llevado a conocerlo por la enfermedad de su esposa. El reconocimiento, la gratitud y la admiración que me manifestó por él pasaba por encima de esa barrera.
Ni al doctor Tabaré Vázquez ni a ninguno de nosotros la muerte nos redimirá de errores ni nos regalará indulgencias. Seremos lo que hemos sido. Y cuando existe ese sentimiento de gratitud que en su caso ha logrado dejar incluso en quienes fueron, con todo derecho, sus opositores políticos, alguien puede ser llamado dichoso. “Ellos descansan pues sus trabajos con ellos siguen”. No de casualidad me viene a la memoria este texto del Apocalipsis.
“Morir es una costumbre que sabe tener la gente” dice Borges en la Milonga de Manuel Flores. Y cuánto más intensa es la vida, más profunda es la muerte que no por natural nos entristece menos, aunque la tristeza no borre ni la gratitud ni la esperanza. Tal vez pasado todo por el cernidor, sean ellas la ganancia que nos quede.

Pero sigue teniendo razón Borges:

y sin embargo me duele,
decirle adiós a la vida.
Esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.

Una cosa no quita la otra.

 

Terminó el partido y lo celebro

"No es admisible de ninguna manera priorizar aspectos comerciales por encima de derechos como la vida y la salud".
Si la lógica de este mundo no fuera tan ilógica, la afirmación podría ser una verdad de Perogrullo. Pero no. Cuando el presidente uruguayo la dijo el 8 del mes pasado en cadena de radio y televisión no era una verdad que por evidente y consabida resultaba ocioso anunciar. Uruguay llevaba más de diez años llenando papeles de argumentación y prendiéndose de leyes, tratados, ratificaciones y otras yerbas para lograr que se reconociera como legítima.
Quien estaba para argumentar sus razones en contrario era la poderosa tabacalera transnacional Phillip Morris con la que llevábamos un partido en alargues alargados por más de una década y a esta altura pidiendo la hora.
A pesar del resultado, el presidente reclamó «un elevado espíritu de prudencia» porque la postura uruguaya «no puede estar asociada al festejo ni a una postura triunfalista». «Porque en un litigio donde las víctimas del flagelo central que estamos tratando se suman por millones, nunca habrá lugar para festejar el resultado”.
Pero yo tengo ganas de desobedecer y festejar igual. El hábito de fumar “ha matado a más personas de las que murieron en los conflictos bélicos del siglo XX», dijo el presidente en su discurso. El logro de que un tribunal internacional dé la razón a quien defiende la vida por encima del lucro, debe ser celebrado. No sólo por nosotros, sino por lo que significa como antecedente para la lucha de otras sociedades por reclamar como más importante la vida de muchos que las ganancias de unos pocos.
Dejar de fumar en lugares compartidos y prohibir la publicidad mentirosa que asocia el humo del cigarrillo con el éxito, la belleza y la salud, es un cambio cultural de una profundidad que tal vez no hemos valorado en toda su dimensión. Y hacer que se reconozca la razón cuando se afirma que el dinero no puede comprar la vida no es menos. Yo lo celebro.


Cuestión de fe, agosto 2016