De infancias, celulares y adicciones

Como sociólogo me ha tocado estudiar mucho el vínculo entre las personas y las nuevas tecnologías de la información; un vínculo complejo, que nos ha llegado de repente y que nos llena de dudas. Existe sobre este tema un consenso cuestionable: la idea de que somos adictos, la idea de que nuestros niños pasan demasiado tiempo frente a las pantallas.
Escuchamos y leemos decenas de opiniones diarias sobre eso en diferentes medios. Las pantallas como adicción. Detrás de esa idea, creo yo, existe un denominador común imposible de ignorar: la idealización de nuestro pasado. Nuestra infancia como la mejor de todas.
Eso es parte de nuestra condición. Muchos de nosotros tendemos a creer que tuvimos una infancia y juventud en el mejor de los equilibrios. Dicho de forma simple: creemos que el mundo de nuestros abuelos era demasiado estricto y falto de diversión, y que actualmente a los niños se les permite cualquier cosa y se los exime de responsabilidades. Vemos lo antiguo como retrógrado, lo nuevo como excesivo. La infancia de nuestros abuelos nos parece dura, estricta y reprimida; la infancia de nuestros niños nos parece llena de consumo y carente de todo límite. En el medio, en su dosis justa, la nuestra. Nos divertíamos, pero sanamente, decimos.
¿Se puede hablar de adicción a las pantallas sin hablar de lo que se hace con ellas? ¿Se puede hablar de límites horarios en el uso de celulares sin discutir si se usan para estudiar, trabajar, dibujar, armar un puzzle o leer Los Viajes de Gulliver? Nosotros nos preocupamos por los niños que se entretienen con videojuegos pero pasamos gran parte de nuestra niñez mirando televisión. Como si jugar a Mario Bros durante dos horas pudiera ser peor que ver telenovelas turcas o los almuerzos de Mirtha Legrand.
No hay estudios serios y concluyentes acerca del límite de tiempo adecuado para pasar frente al celular. Lo que hay son cientos de profesionales preocupados por unos supuestos cambios negativos en relación a los vínculos personales. No conozco evidencia en ese sentido, y si la hubiese, es imposible saber cuántos de esos cambios son culpa de los celulares o de Internet. Se argumenta que de tanto usar pantallas niños y jóvenes confunden los límites de la realidad y la ficción; aparentemente, nuestros niños no experimentan en el mundo real. Las mismas críticas se hicieron, en su tiempo, a los libros, a la radio y a la TV. Algunas de esas críticas quizás sean válidas, pero la gran mayoría parece apoyarse en el miedo a lo nuevo y diferente. Como no teníamos celulares de niños, nos parece malo que nuestros niños los usen. A nuestros padres les parecía que jugábamos mucho a los videojuegos, nuestros abuelos se quejarían de que sus hijos miraban demasiada televisión, y así sucesivamente. Ni la lectura de libros, hoy tan valorada, se ha salvado de esas críticas.
Nosotros, que pertenecemos a una generación que mataba animales con la honda por pura diversión, cuestionamos a los niños que juegan videojuegos con supuestos contenidos violentos. Evidentemente somos nosotros, y no ellos, los que no podemos distinguir entre realidad y ficción. Porque los animales que atormentábamos con piedras sí sufrían, los personajes de videojuegos no. Las nuevas tecnologías abren un mundo ante nuestros ojos. Lo mismo le sucede a nuestros niños. No sabemos cuántos beneficios y riesgos reales conllevan, entonces lo mejor que podemos hacer es intentar conocer ese mundo con ellos. Jugar juntos, saber qué hacen en línea, saber con quiénes se relacionan. Conocer sobre las noticias que leen, los videos que les gustan, la música que escuchan. Y esto no tiene que ver con la tecnología; esto vale para los padres de hoy, los de mañana y los de hace cincuenta años.

Juan Manuel Bertón Schnyder es sociólogo y se especializa en investigación social aplicada y estudios de opinión pública. Es autor del libro de ficción Yo una vez tuve una familia de demonios.
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Twitter: @_jmberton