Autores intelectuales

Hace unos días unos vecinos de nuestro departamento sufrieron en carne propia un episodio de extrema violencia. Personas fuertemente armadas entraron pateando la puerta de su casa; los maniataron y los sacaron semidesnudos a la calle. El primer problema es que los atacantes eran policías, y el segundo problema es que los vecinos eran completamente inocentes. Lamentablemente se trató de un error bastante frecuente; le pasó a este gobierno, le pasó a los anteriores y le va a pasar a los próximos.
Existe una discusión infinita y muy válida acerca de los límites que, como sociedad, le imponemos a nuestras fuerzas de seguridad. Algunos creen que la policía no debe usar la fuerza salvo casos muy excepcionales. Otros creen que los policías están muy limitados para enfrentar a delincuentes violentos, y que debemos aumentar su capacidad de decisión y de maniobra. Entiendo las razones válidas de ambas posturas; hay argumentos sólidos que muestran que la mano dura no se traduce en más justicia, y que las personas que están en situaciones de pobreza sufren más la mano dura que los delincuentes de cuello blanco que viven en apartamentos caros.
Del otro lado, sabemos de personas que sufren decenas de robos al año, violencia familiar, abusos. Muchas de ellas piden soluciones drásticas y rápidas porque viven situaciones críticas; puedo no compartir muchas de sus ideas o propuestas, pero es entendible su dolor y su desesperación por la falta de respuestas.
No sabemos cómo se arregla el tema de la inseguridad.
Me temo que las soluciones toman mucho tiempo: años, décadas. Los problemas de seguridad no son responsabilidad sólo del Ministerio del Interior; la inseguridad tiene muchos otros padres. Pero lo que sí le podemos exigir a las autoridades es que tengan respeto por su gente. Porque lo único seguro, lo que nunca se puede olvidar, es la naturaleza de la jerarquía policial.
La policía está para cuidarnos; somos, de alguna forma, sus jefes. Los individuos pueden cometer desbordes, robar, matar a alguien, y son enteramente responsables por ello.
Se pueden equivocar y pagarán su error como se debe. Pero los errores de la policía tienen otras implicancias. Los desbordes, agresiones gratuitas o el confinamiento indigno al que sometemos desde hace años a miles de compatriotas en las cárceles, también las tienen.
Si alguien entra a mi casa rompiendo una puerta y me apunta con un arma, puedo pedirle a la policía que lo identifique, que lo persiga y que lo entregue a la justicia. Pero cuando es la policía la que comete el error, cuando son las autoridades las que infringen las normas contra nosotros mismos, no tenemos a quien pedirle ayuda. Y lo que es peor: cuando la policía comete un error somos todos nosotros, ustedes, yo, los que lo cometemos.
Cuando confinamos a los delincuentes comunes en condiciones deplorables, somos nosotros los que lo hacemos.
Nosotros votamos a las autoridades, elegimos qué policía queremos, les pagamos las armas y las balas. Somos, aunque no nos guste, los autores intelectuales de los abusos que puedan cometer.
Somos los jefes de sus jefes, somos los responsables últimos de su accionar. Por eso los errores, abusos o delitos individuales no se pueden comparar nunca con los errores, abusos o delitos de las fuerzas de seguridad; los primeros se hacen a título personal, los segundos se hacen a nuestro nombre. Así de simple, así de grande, es la diferencia.

Juan Manuel Bertón Schnyder es sociólogo y se especializa en investigación social aplicada y estudios de opinión pública. Es autor del libro de ficción Yo una vez tuve una familia de demonios.
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Twitter: @_jmberton