Día de los trabajadores con memoria de futuro

Escrito por Oscar Geymonat

Oscar GeymonatHace más de treinta años que para un 1° de Mayo recibí aquel saludo que hasta hoy me tiene pensando: “Feliz día del trabajador”.

Vivía en Buenos Aires y no es un dato menor. En Argentina la impronta peronista se impuso de tal manera en el pensamiento de obreros y empleados que el 1° de Mayo como memoria de aquellas jornadas trágicas de 1886 en Chicago quedó muy en segundo plano. No era la experiencia de oídos crecidos en Uruguay que ya a esa fecha conservaban el eco de varias proclamas del Día de los trabajadores. Del otro lado del río el 17 de octubre, “día de la lealtad peronista”, movilizaba mayor cantidad de trabajadores. No soy quién para juzgar nada, sólo me quedé pensando.

Me llamó la atención en primer lugar la singularización, tal vez resultado de un individualismo creciente en una sociedad que va más allá de ríos y fronteras. Que me llegara en años sucesivos como “del trabajador y la trabajadora” poco cambiaba en ese aspecto. La pretensión de inclusividad no dejaba de ser individual.
El “feliz” me sonó entonces bastante ajeno. Lo tenía como un día en el que el protagonismo lo tenía la memoria. Lo tenía como un día de llamado a la reflexión comunitaria en la búsqueda de los próximos pasos para hacer del trabajo una fuente de realización personal y de crecimiento social, no sólo un instrumento de acumulación de riquezas que difícilmente fueran distribuidas.

Aquel 1° de Mayo era un día trágico asociado a la lucha fundamentalmente por acotar la jornada de trabajo a ocho horas. Bregar constantemente por mejores condiciones de trabajo y justicia debe ser un motor permanentemente encendido en todas las sociedades humanas. No hay ninguna con tal grado de perfección que no necesite revisarse. El “feliz” me sonó a una suerte de felicitación, merecimiento, descanso y asadito en la parrilla. No está mal el asado en la parrilla, pero no debería anular la necesaria reflexión. El camino por hacer es largo y nos incumbe sin excepciones.

Desde la antropología cristiana entendemos al ser humano vocacionalmente llamado al trabajo. El trabajo es una bendición, desde la perspectiva de fe. Los primeros relatos míticos del libro de Génesis en la Biblia dicen que Dios creó al ser humano y lo puso en el jardín del Edén con el cometido de “labrarlo y cuidarlo”. El trabajo se ha vuelto maldición muy a menudo para quien no puede realizarlo como forma de expresión de su creatividad o actitud de servicio comunitario que le da su cuota de satisfacción. El trabajo esclavo, de las esclavitudes antiguas y las modernas, el trabajo enajenado, el trabajo que únicamente reproduce la fuerza de trabajo, se vuelve una carga gravosa, casi una maldición. Devolver al trabajo su verdadero sentido creativo y de beneficio para la sociedad va muy de la mano con la búsqueda de la justicia, de la generación de oportunidades, del apoyo a los más débiles.
Varios años más acá empecé a ver mensajes que deseaban un “feliz día del trabajo” y sentí que la despersonalización iba en detrimento otra vez de la búsqueda comunitaria de la justicia. El trabajo en sí mismo, sin la persona que trabaja, es un concepto inasible. ¿Qué es un día del trabajo?

Tal vez éstos no sean más que pensamientos deshilachados, sueltos, poca cosa más que una sensación epidérmica, pero me parece que paulatinamente este proceso de nueva nominación da cuenta de cambios más profundos en la forma de entendernos a nosotros mismos como seres humanos y nuestras relaciones mediatizadas por el trabajo. El trabajo como actividad cuyo propósito es la búsqueda del bienestar como sociedad, o el trabajo como forma de consecución de resultados económicos a como dé lugar en una lucha despiadada sobre un ring con lugar para muchos menos que los pugilistas que existen.

He ahí la cuestión. Vivimos una realidad muy distinta a la de 1886 en muchos aspectos, pero el anhelo de una relación armónica y de justicia en las sociedades humanas permanece por encima de todo lo que cambia. Incluso muchas veces los cambios son más formales que de fondo.

Reivindico el “día de los trabajadores” como día de una memoria que mira hacia delante, que recuerda de dónde hemos venido para orientarnos hacia dónde vamos. Reivindico su uso en plural porque nadie es un ente aislado que trabaje para sí mismo. Las realidades son distintas y los discursos no serán los mismos, pobre de ellos si lo siguen siendo. La lucha contra una concepción que entiende al trabajo sólo como forma de generación de riqueza económica significa un empobrecimiento del ser humano como ser creador, corre el riesgo de considerarlo sólo “mano de obra”, “recurso humano” que incluso puede ser prescindible y por lo tanto material de descarte. En un libro tremendamente movilizador, la economista Vivián Forrester plantea que puede haber “algo peor que la explotación del hombre: ausencia de explotación, que el conjunto de los seres humanos sea considerado superfluo y que cada uno de los que integra ese conjunto tiemble ante la perspectiva de no seguir siendo explotable”. (1). El mercado de trabajo no es el que vuelve trabajador al ser humano. La vocación al trabajo con la que fuimos creados debe dar lugar a un nuevo mercado de trabajo, necesariamente con una orientación nueva también.

(1) Vivian Forrester
“El horror económico”, Fondo de Cultura Económica, 1996, 160 pp

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