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Los zapatos rojos


               VERSIÓN LIBRE  DE  CUENTO  DE  HANS  CHRISTIAN ANDERSEN




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                                                                                                           —Así ya no tendrás   seguido sufrir y hacer
                                                                                                        que cortarte los pies, ¿no  daño a otros.
                                                                                                        te parece?                 Y para que nadie más
                                                                                                           La chica asintió agra-  volviera a sufrir por aque-
                                                                                                        deciendo que el suplicio  llos hermosos zapatos,
                                                                                                        terminara.              los puso en una caja de
                                                                                                           Sin duda, había      cristal y los escondió
                                                                                                        aprendido la lección y  para siempre donde ja-
                                                                                                        había comprendido que   más nadie pudiera en-
                                                                                                        dejándose llevar por su  contrarlos.-












                                                                                                                  La disciplina es el puente
                                                                                                                entre las metas y los logros.
                                                                                                                           Jim Rohn





                                                                                                                  No hay viento favorable
           Hace mucho, mucho    en sociedad de Karen, la  zapatillas rojas, se las cal-  certera y si te atrapa tu  para quien no sabe a qué
        tiempo, en una época dis-  benefactora le proporcio-  zó a pesar de su anterior  cabeza terminará sobre
        tante, vivía una encanta-  nó dinero y le indicó que  experiencia. Tras esto,  un plato!                      puerto se dirige.
        dora joven llamada Karen  comprara calzado ade-  antes de entrar en la igle-  Karen sintió un poco                 Séneca
        que era muy pobre. Tan  cuado para la ocasión.  sia, la joven se detuvo  de miedo ante la amena-
        pobre, que en verano an-   El mejor zapatero de  frente a un limpiabotas  za del verdugo y tragan-
        daba siempre descalza y  la ciudad tomó la medida  para quitar el polvo a sus  do saliva le explicó:
        en invierno tenía que lle-  de sus lindo pies; en la tien-  preciosos zapatos de bai-  —Por mi vanidad he
        var unos grandes zuecos,  da había grandes vitrinas  le.                sido castigada. Por pensar         No hay pasión más ilusa
        por lo que los piecitos se  con zapatos y botas pre-  Al salir de la iglesia las  solo en mí misma cuando   y fanática que el odio.
        le ponían tan encarnados  ciosos y relucientes. Todos  zapatillas cobraron vida  los demás me necesita-
        que daba lástima. Su ma-  eran hermosísimos, pero  propia, se movían de un  ban, mis pies no dejan             George Gordon
        yor deseo era poseer unas  la anciana señora, que  lado a otro y obligaban a  ahora de bailar. Por eso le
        zapatillas de baile de co-  apenas veía, no encontra-  Karen a bailar sin descan-  pido, señor verdugo, que
        lor rojo, ya que la danza  ba ningún placer en la  so. Después de varias ho-  me corte estos zapatos,
        ocupaba un lugar muy es-  elección. Había entre  ras, y a pesar de sus lágri-  para así dejar de sufrir y
        pecial en su corazón.   ellos un par de zapatos  mas y del fuerte cansan-  volver a la normalidad.
        Karen soñaba con ser acla-  rojos, exactamente igua-  cio, la joven no podía de-  Pero no me corte la cabe-
        mada como una estrella  les a los de la princesa:  tenerse.             za, se lo ruego, así podré
        de ballet, recibiendo elo-  ¡qué preciosos! Además,  Una vez ella había es-  arrepentirme siempre de
        gios y admiración por par-  el zapatero dijo que los ha-  cuchado que en un pueblo  mis acciones, pues por
        te de todos, pero para eso  bía confeccionado para la  cercano vivía un famoso  culpa de mi vanidad ten-
        necesitaba unas zapatillas  hija de un conde pero lue-  verdugo a quien no le  dré para toda la vida el re-
        que, por su pobreza, no se  go no se habían adaptado  temblaba el pulso a la hora  cordatorio de mi mal pro-
        podía permitir.         a su pie.               de empuñar el hacha, y  ceder.                    A   I   P   A   Z   A   N   E   M   A   C
           Tras la muerte de su    Karen, desobedecien-  pensó que sería buena     Karen no recibió res-  Y   H   E   T   E   L   I   F   A   T   A
        madre, Karen fue acogi-  do y aprovechando la limi-  idea visitarlo.    puesta del verdugo y, pen-  A  O  O   O   D   A   Z   L   A   C   S
        da por una generosa an-  tada visión de la anciana,  Al llegar, Karen pre-  sando que había ignorado
        ciana que la cuidó como a  encargó los zapatos rojos  guntó dónde quedaba la  su súplica, se echó a llo-  A  A  N  M  E  I  M  O   I  A   S
        una hija, así que su situa-  y los usó en la celebración.  casa del verdugo y sin per-  rar. No obstante, la pesa-  O  N  E  O  L  B  A  L  L  E  T
        ción mejoró un poco.       En la fiesta todos no-  der tiempo, hasta allí se  da puerta de la casa del
           La gente decía que era  taron los llamativos zapa-  dirigió, gritándole desde  verdugo se abrió y de ella  E  D  R  R  A  I  P  O  R  F  I
        linda; solo el espejo decía:  tos rojos de Karen,  inclu-  fuera:       emergió el limpiabotas    A   G   A   A   T   U   D   G   N   S   S
           - Eres más que linda,  so alguien señaló que no  —¡Verdugo de hacha  que había lanzado un en-  N   A   K   D   S   C   J   U   O   O   P
        eres hermosa.           era apropiado para una  certera! ¡He venido a re-  cantamiento sobre sus za-
           Un día la reina hizo un  joven usar ese color tan  querir tus servicios pero no  patillas rojas para que la  A  R  D  A  I  I  O  D  N  I  Ñ
        viaje por el país acompa-  provocativo.         puedo entrar en tu mora-  joven se diese cuenta de  I  S  E   L   R   N   A   R   O   C   O
        ñada de su hijita, que era  Entonces la anciana,  da porque mis pies no se  que estaba siendo injusta  C  D  O  G  C  N   A   E    I   I  T
        una princesa. La gente  enojada por la desobe-  pueden detener!         y cruel con quien solo la
        afluyó al palacio y Karen  diencia de Karen al no  —¿Quién requiere mis  había ayudado.           N   R   N   C   R   R   E   V   S   V   O
        también. La princesita sa-  comprar unos zapatos  servicios? ¿Es el alguacil  —¡Qué zapatos más   A   D   A   A   E   H   E    I  A   R   C
        lió al balcón para que to-  adecuados para la oca-  que ha enjuiciado a un la-  monos! Me resultan cono-  J  C  C  O  N  U  O  M  C   E   B
        dos pudieran verla. Esta-  sión, decidió reprenderla  drón? Ah, no lo creo, la voz  cidos… ¡Seguro que son
        ba preciosa, con un vesti-  por su vanidad, advirtién-  que escucho parece ser de  muy cómodos para bailar!  R  N  R  E  U  G  Z  H  O  S  E
        do blanco, pero nada de  dole que esas cualidades  una mujer.           —dijo el limpiabotas gui-  E  H   L   I   C   A   U   G   L   A   V
        cola ni de corona de oro.  no le serían de ayuda en  Y Karen comenzó a  ñando un ojo a la joven.
        En cambio, llevaba unos  la vida.               desesperarse:              Y acercándose un
        magníficos zapatos rojos,  Poco tiempo después     —¡No soy un alguacil,  poco más el hombre tocó
        de tafilete. No hay en el  la anciana murió y se or-  pero necesito tus servicios  los zapatos, momento en
        mundo cosa que pueda    ganizó un funeral al que  igual, necesito ayuda ur-  el que sus dedos llenos de
        compararse a unos zapa-  acudió gente de todas  gente!                  magia operaron el mila-
        tos rojos, pensaba Karen.  partes. Mientras se vestía  —¡Ah! Parece ser que  gro: ¡Karen al fin pudo
           Cuando llegó el mo-  para el evento, Karen, se-  no me conoces bien, niña.  dejar de bailar y quitarse
        mento de la presentación  ducida por el brillo de las  ¡Mi hacha es demasiado  los zapatos rojos que tan-
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