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El higo y el perezoso
V E R S I Ó N L I B R E D E C U E N T O C L Á S I C O D E A L P H O N S E D A U D E T
cía dormir. Sólo se oía el preciso olor de plátano
chisporroteo de las len- y naranja cocidos.
tejas reventando sus vai- De repente, he aquí
nas al sol, los manantia- que un grueso higo cae
les murmurando bajo la del árbol y va a aplas-
hierba y los pájaros en- tarse en la mejilla del
torpecidos que revolo- chico. ¡Hermoso higo,
teaban entre las hojas por Alá! Rosado, dulce,
con un ruido de abanico perfumado como un pa-
que se abre y se cierra. nal de miel. Para hacer-
De vez en cuando, un higo lo entrar en la boca, el
demasiado maduro se chiquillo sólo tenía que
desprendía y caía de empujarlo con un dedo,
rama en rama. Entonces pero estimaba que aque-
Sidi Lakdar tendía la llo era demasiado fatigo-
mano y, con gesto fatiga- so, por lo que permane-
do, se llevaba el fruto a cía así, sin moverse, con
la boca. El chiquillo, por el fruto perfumándole la
su parte, ni siquiera ha- mejilla. Al final la tenta-
cía ese esfuerzo. Los hi- ción fue demasiado fuer-
gos más hermosos caían te; miró de reojo a su pa-
a su lado sin que se mo- dre y lo llamó con voz
lestara siquiera en girar quejumbrosa:
la cabeza. El maestro ob- —Papá…, métemelo
servaba con el rabillo del en la boca…
ojo aquella magnífica in- Al escuchar aquellas
dolencia, pero seguía sin palabras, Sidi Lakdar, que
decir palabra. tenía un higo en la mano,
Así pasaron una lo lanzó bien lejos y diri-
En la indolente y vo- billados por los pájaros. —Sí, padre, yo quiero cisión. hora, dos… Como pueden giéndose al padre con ira
luptuosa ciudad de Aquella pereza desen- ser perezoso… como Sidi —Escucha —dijo a su imaginar el pobre torne- dijo:
Blidah, unos años antes frenada había hecho a Lakdar… hijo— puesto que quie- ro de tubos de pipa em- —¿Este es el chico
de la invasión de los fran- Lakdar muy popular en la —Nada de eso, mu- res ser perezoso a toda pezaba a encontrar la se- que vienes a ofrecerme
ceses, vivía un buen se- comarca. Lo respetaban chacho. Serás tornero costa, voy a llevarte a sión un poco demasiado como aprendiz? ¡Pero si
ñor llamado Sidi Lakdar como a un santo. Al pa- como tu padre o escriba- casa de Lakdar. Te hará larga. Sin embargo, no se puede ser mi maestro!
al que las gentes de su sar por delante de su pe- no en el tribunal del cadí un examen y, si realmen- atrevía a decir nada y ¡Es él el que debe darme
ciudad habían apodado queño terreno, las damas como tu tío Ali, pero ja- te tienes disposiciones permanecía allí, inmóvil, lecciones a mí!
el perezoso. Sepan uste- de la ciudad que regre- más te convertiré en un para su oficio, le pediré con los ojos fijos, las Y, cayendo de rodillas
des que los habitantes de saban de tomar arrope en perezoso. ¡Vamos, rápi- que te acepte como piernas cruzadas, domi- con la cabeza en tierra
Argelia son los hombres el cementerio, ponían sus do! ¡A la escuela o te aprendiz. nado él mismo por la at- ante el chiquillo tumba-
más indolentes de la tie- mulas al paso y habla- rompo las costillas con —Vale, estoy de mósfera de pereza que do manifestó:
rra, sobre todo los de ban entre ellas en voz esta hermosa vara de ce- acuerdo — respondió el flotaba en el calor del —¡Yo te saludo, oh
Blidah; sin duda a causa baja por debajo de sus rezo silvestre nuevo! chico. huerto junto con un im- padre de la pereza!
de los perfumes de na- blancas máscaras. Los ¡Arre, borrico! Al día siguiente fueron
ranjas y limones de los hombres se inclinaban Al ver la vara el chi- los dos, perfumados de
que la ciudad está baña- piadosamente. Y todos los quillo no insistió más y verbena y con la cabeza
da. Pero, en cuestión de días a la salida de la es- fingió estar convencido; recién rasurada, a reunir-
pereza y de indolencia, cuela había sobre las pa- pero en lugar de ir a la se con el perezoso en su
entre todos los habitan- redes del huerto toda una escuela entró en un ba- huerto. La puerta estaba
tes de Blidah ni uno solo bandada de chiquillos con zar, se escondió tras el siempre abierta. Nuestros
le llegaba a la cintura a chaquetas de seda rayada mostrador de un vende- protagonistas entraron
Sidi Lakdar. El digno se- y gorros rojos, que trata- dor entre dos pilas de al- sin llamar pero, como la
ñor había elevado su vi- ban de perturbar aquella fombras de Esmirna y hierba era alta y abundan-
cio a la categoría de pro- hermosa pereza, llama- permaneció allí todo el te, les costó ver al dueño
fesión. Unos son ban a Lakdar por su nom- día, tumbado boca arri- del huerto. Terminaron no C I N A A H A O A R T
bordadores, otros cafete- bre, reían, armaban gres- ba, mirando los faroles obstante por divisar, tum-
ros, otros vendedores de ca y le arrojaban cásca- moriscos, las bolsas de bado bajo las higueras del H T A A A N S O A M R
especias, Sidi Lakdar era ras de naranja. paño azul, las chaquetas fondo, entre un remolino I I O D J O R A G M E
perezoso. ¡Esfuerzo inútil! El pe- de pecheras doradas que de pajarillos y plantas sil-
A la muerte de su pa- rezoso no se movía. De relucían al sol y respi- vestres, un paquete de ha- C M I R G U Z I U I S
dre heredó un huerto jun- vez en cuando se le oía rando el penetrante aro- rapos amarillos que los H L O I E E N A M R H
to a las murallas de la gritar desde el fondo de ma de los frascos de acogió con un gruñido.
ciudad con unos peque- la hierba: ¡Cuidado, cui- esencia de rosa y de las —Que Alá esté conti- B N T R R N T A L S G
ños muros blancos en dado… como me levan- túnicas de cálida lana. go, Sidi Lakdar —dijo el E A E E A E R Z R L E
ruinas, una puerta cu- te...!, pero no se levanta- Así fue como a partir de padre inclinándose y con F G P T U D I O A G P
bierta de enredadera que ba jamás. entonces pasó el tiempo una mano en el pecho. Te
no cerraba, unas higue- Y sucedió que uno de que debía estar en la es- presento a mi hijo que M A I Q N D K T T D R
ras, algunos bananos y aquellos granujas, al ir cuela… Al cabo de unos quiere a toda costa ser E D A A N E N A S A T
dos o tres manantiales a hacerle jugarretas al días, no obstante, el pa- perezoso. Te lo traigo
que lucían entre la hier- perezoso fue, en cierto dre se dio cuenta de la para que lo examines y O H E E I O L O L E S
ba. Era allí donde pasa- sentido, tocado por la cosa, pero de nada le sir- veas si tiene vocación. En C Z R P Z L P O R Z R
ba la vida, tendido a todo gracia y atacado por un vió gritar, echar pestes, caso afirmativo, te ruego
lo largo, silencioso, in- súbito gusto por la exis- blasfemar contra el que lo recibas en tu casa A P E I O A E L D B I
móvil, con la barba lle- tencia horizontal. Decla- nombre de Alá o calentar como aprendiz. Te paga- A H R R R R M G O N H
na de hormigas rojas. ró una mañana a su pa- los riñones del pilluelo ré lo que sea necesario. C O U A E C R E R T I
Cuando tenía hambre, dre que no quería ir más con las varas de cerezo Sin responder, Sidi
alargaba el brazo y reco- a la escuela pues quería del taller, pues no consi- Lakdar les hizo un gesto H C H V N C N A M A A
gía un higo o un plátano hacerse perezoso. guió nada. El chico repe- para que se sentaran a su
aplastado en el césped —¿Perezoso, tú? — tía de forma obstinada: lado en la hierba. El pa-
junto a él; pero si hubie- respondió el padre, un «Yo quiero ser perezoso… dre se sentó y el chico se
ra sido necesario levan- honesto tornero de tubos yo quiero ser perezoso» tendió, lo que era ya una
tarse y recoger el fruto de de pipa, diligente como y siempre lo encontraban buena señal. Luego los
su rama, antes se habría una abeja y sentado ante tumbado en algún rin- tres se miraron sin ha-
muerto de hambre. Por lo su torno tan pronto como cón. Harto de disputas, y blar.
que, en su huerto, los hi- cantaba el gallo. — ¿Tú, después de haber consul- Era mediodía, hacía
gos se pudrían en el sitio perezoso?… ¡Vaya inven- tado con el escribano Ali, un calor, una luz… Todo
y los árboles eran acri- to! el padre adoptó una de- el pequeño huerto pare-