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Cinco en una vaina
VERSIÓN LIBRE DE CUENTO CLÁSICO DE HANS CHRISTIAN ANDERSEN
Y, en efecto, se veía cre- do por el amplio mundo,
cer día tras día. diciendo ¡alcánzame si
-¡Dios mío, hasta flo- puedes!, cayó en el ca-
res echa! -exclamó la nalón del tejado y fue a
madre una mañana. Le parar al buche de una pa-
entró entonces la espe- loma, donde se encon-
ranza y la creencia de que tró como Jonás en el
su niña enferma se re- vientre de la ballena.
pondría. Recordó que en Las dos perezosas tu-
aquellos últimos tiem- vieron la misma suerte;
pos la pequeña había ha- fueron también pasto de
blado con mayor anima- las palomas, con lo cual
ción; que desde hacía va- no dejaron de dar un cier-
rias mañanas se había to rendimiento positivo.
sentado sola en la cama, En cuanto a la cuarta,
y en aquella posición la que pretendía volar
había pasado horas con- hasta el Sol, fue a caer al
templando con ojos ra- vertedero, y allí estuvo
diantes el jardincito for- días y semanas en el agua
mado por una única plan- sucia, donde se hinchó
ta de arveja. horriblemente.
La semana siguiente -¡Cómo engordo! -
la enferma se levantó exclamaba satisfecha-.
por primera vez una Acabaré por reventar,
hora, y estuvo, feliz, sen- que es todo lo que pue-
tada al sol, con la venta- de hacer una arveja. Soy
na abierta. Afuera se ha- la más notable de las cin-
bía abierto también una co que crecimos en la
flor de arveja, blanca y misma vaina. Y el verte-
roja. La chiquilla, incli- dero dio su beneplácito
nando la cabeza, besó a aquella opinión.
amorosamente los deli- Mientras tanto, allá,
cados pétalos. Fue un día en la ventana de la bu-
de fiesta para ella. hardilla, la muchachita,
-¡La naturaleza la hizo con los ojos radiantes y
crecer para darte espe- el brillo de la salud en las
ranza y alegría, hijita! – mejillas, juntaba sus
Cinco arvejas estaban dijeron las arvejas, afa- grieta llena de musgo y ventanuca y se extendió exclamó la madre, ra- hermosas manos sobre
encerradas en una vaina, nosas de que llegara el mullida tierra, y el mus- por el suelo, y la niña diante, sonriendo a la la flor de arveja y agra-
y como eran verdes y la ansiado momento. go la envolvió amorosa- enferma dirigió la mira- flor como si fuese un án- decía el amor que reci-
vaina era verde tam- -Me gustaría saber mente. Allí se quedó la da al cristal inferior. gel bueno. bía.
bién, creían que el mun- quién de nosotras llega- arveja oculta, pero no ol- -¿Qué es aquello ver- Pero, ¿y las otras – La mejor arveja es
do entero era verde. Y rá más lejos -aventuró la vidada de la naturaleza. de que asoma junto al arvejas? Pues verás: la mía -seguía diciendo el
tenían toda la razón. Cre- menor de las cinco. No -¡Será lo que haya de cristal y que mueve el aquella que salió volan- vertedero.-
ció la vaina y crecieron tardaremos en saberlo. ser! -repitió. viento?
las arvejas; para aprove- -Será lo que haya de Vivía en la buhardilla La madre se acercó a
char mejor el espacio, se ser -contestó la mayor. una pobre mujer que se la ventana y la entre-
pusieron en fila. Por fue- ¡Zas!, estalló la vai- ausentaba durante la jor- abrió.
ra lucía el sol y calentaba na y las cinco arvejas sa- nada para dedicarse a -¡Mira! -dijo, es una
la vaina, mientras la llu- lieron rodando a la luz limpiar estufas, aserrar planta de arveja que ha
via la limpiaba y volvía del sol. Estaban en una madera y efectuar otros brotado aquí con sus ho-
transparente. El interior mano infantil; un chi- trabajos pesados, pues jitas verdes. ¿Cómo lle-
era tibio y confortable, quillo los sujetaba fuer- no le faltaban fuerzas ni garía a esta rendija? Pues
había claridad de día y os- temente y decía que ánimos, a pesar de lo tendrás un jardincito en
curidad de noche, tal estaban como hechas a cual seguía en la pobre- que recrear los ojos.
como debe ser. Las medida para su cerba- za. Acercó la camita de la H E R M A N I T A R T
arvejas en la vaina iban tana. Y metiendo una En la reducida habita- enferma a la ventana
creciendo y se entrega- en ella, sopló. ción quedaba sólo su úni- para que la niña pudiese H T S A T E U Q A H C
ban a sus reflexiones, -¡Heme aquí volan- ca hija, mocita delicada y contemplar la tierna I S S D O D N A L O V
pues en algo debían ocu- do por el vasto mundo! linda que llevaba un año planta, y la madre se J E I A G N Z I E I C
parse. ¡Alcánzame, si puedes! en cama, luchando entre marchó al trabajo.
-¿Nos pasaremos -y salió disparada. la vida y la muerte. -¡Madre, creo que me A D A T L E I O V E H
toda la vida metidas -Yo me voy directo al -¡Se irá con su herma- repondré! -exclamó la R R S Z R L T T R S G
aquí? -decían. ¡Con tal de Sol -dijo la segunda. Es nita! -suspiraba la mujer. chiquilla al atardecer. ¡El
que no nos endurezca- una vaina como debe Tuve dos hijas, y muy sol me ha calentado tan D E A E N B I B S L E
mos a fuerza de encie- ser, y sé que me irá muy duro me fue cuidar de las bien hoy! La arveja cre- I V J Z U A A R A E P
rro! Me da la impresión bien. dos, hasta que el desti- ce a las mil maravillas, y
de que hay más cosas allá Y allá se fue. no me llevó una. Bien también yo saldré ade- N M E Q E T R T A D D
fuera; es como un pre- -Cuando lleguemos a quisiera yo ahora que me lante y me repondré al C U V A A R N E S M T
sentimiento. nuestro destino podre- dejase la que me queda, calor del sol. I L R N I O B O P E A
Fueron transcurrien- mos descansar un rato - pero seguramente no le -¡Sería una alegría! -
do las semanas; las dijeron las dos siguien- parece bien que estén suspiró la madre, que T L A P Z F P O R S R
arvejas se volvieron tes-, pero nos queda aún separadas y se llevará a abrigaba muy pocas es- O I V A I N A O P B E
amarillas, y la vaina, tam- un buen trecho para ro- ésta con su hermana. peranzas. Puso un palito
bién. dar-, y, en efecto, roda- Pero la doliente mu- al lado de la tierna plan- O D N A D O R G O N H
-¡El mundo entero se ron por el suelo antes de chachita seguía vivien- ta que tan buen ánimo C A D A T C E Y O R P
ha vuelto amarillo! -ex- ir a parar a la cerbatana, do; se pasaba todo el había infundido a su hija,
clamaron; y podían afir- pero al fin dieron en ella. santo día resignada y para evitar que el viento H C H V N C N A M A A
marlo sin reservas. ¡Llegaremos más le- quieta, mientras su ma- la estropease. Sujetó en
Un día sintieron un ti- jos que todas! dre estaba fuera, a ganar la tabla inferior un hilo
rón en la vaina; había -¡Será lo que haya de el pan de las dos. gordo y lo ató en lo alto
sido arrancada por las ser! -sentenció la última Llegó la primavera; del marco de la ventana,
manos de alguien, y, jun- al sentirse proyectada a una mañana, temprano con el cometido de que
to con otras, vino a en- las alturas. Fue a dar aún, cuando la madre se la planta tuviese un pun-
contrarse en el bolsillo contra la vieja tabla bajo disponía a marcharse a la to de apoyo donde en-
de una chaqueta. la ventana de la buhar- faena, el sol entró piado- roscar sus zarcillos a me-
-Pronto nos abrirán - dilla, justamente en una so a la habitación por la dida que se encaramase.