Page 17 - Semanario-20-09-24.pmd
P. 17

Cinco en una vaina



         VERSIÓN LIBRE  DE  CUENTO  CLÁSICO DE HANS CHRISTIAN  ANDERSEN



                                                                                                        Y, en efecto, se veía cre-  do por el amplio mundo,
                                                                                                        cer día tras día.       diciendo ¡alcánzame si
                                                                                                           -¡Dios mío, hasta flo-  puedes!, cayó en el ca-
                                                                                                        res echa! -exclamó la   nalón del tejado y fue a
                                                                                                        madre una mañana. Le    parar al buche de una pa-
                                                                                                        entró entonces la espe-  loma, donde se encon-
                                                                                                        ranza y la creencia de que  tró como Jonás en el
                                                                                                        su niña enferma se re-  vientre de la ballena.
                                                                                                        pondría. Recordó que en    Las dos perezosas tu-
                                                                                                        aquellos últimos tiem-  vieron la misma suerte;
                                                                                                        pos la pequeña había ha-  fueron también pasto de
                                                                                                        blado con mayor anima-  las palomas, con lo cual
                                                                                                        ción; que desde hacía va-  no dejaron de dar un cier-
                                                                                                        rias mañanas se había   to rendimiento positivo.
                                                                                                        sentado sola en la cama,   En cuanto a la cuarta,
                                                                                                        y en aquella posición   la que pretendía volar
                                                                                                        había pasado horas con-  hasta el Sol, fue a caer al
                                                                                                        templando con ojos ra-  vertedero, y allí estuvo
                                                                                                        diantes el jardincito for-  días y semanas en el agua
                                                                                                        mado por una única plan-  sucia, donde se hinchó
                                                                                                        ta de arveja.           horriblemente.
                                                                                                           La semana siguiente     -¡Cómo engordo! -
                                                                                                        la enferma se levantó   exclamaba satisfecha-.
                                                                                                        por primera vez una     Acabaré por reventar,
                                                                                                        hora, y estuvo, feliz, sen-  que es todo lo que pue-
                                                                                                        tada al sol, con la venta-  de hacer una arveja. Soy
                                                                                                        na abierta. Afuera se ha-  la más notable de las cin-
                                                                                                        bía abierto también una  co que crecimos en la
                                                                                                        flor de arveja, blanca y  misma vaina. Y el verte-
                                                                                                        roja. La chiquilla, incli-  dero dio su beneplácito
                                                                                                        nando la cabeza, besó   a aquella opinión.
                                                                                                        amorosamente los deli-     Mientras tanto, allá,
                                                                                                        cados pétalos. Fue un día  en la ventana de la bu-
                                                                                                        de fiesta para ella.    hardilla, la muchachita,
                                                                                                           -¡La naturaleza la hizo  con los ojos radiantes y
                                                                                                        crecer para darte espe-  el brillo de la salud en las
                                                                                                        ranza y alegría, hijita! –  mejillas, juntaba sus
           Cinco arvejas estaban  dijeron las arvejas, afa-  grieta llena de musgo y  ventanuca y se extendió  exclamó la madre, ra-  hermosas manos sobre
        encerradas en una vaina,  nosas de que llegara el  mullida tierra, y el mus-  por el suelo, y la niña  diante, sonriendo a la  la flor de arveja y agra-
        y como eran verdes y la  ansiado momento.       go la envolvió amorosa-  enferma dirigió la mira-  flor como si fuese un án-  decía el amor que reci-
        vaina era verde tam-       -Me gustaría saber   mente. Allí se quedó la  da al cristal inferior.  gel bueno.            bía.
        bién, creían que el mun-  quién de nosotras llega-  arveja oculta, pero no ol-  -¿Qué es aquello ver-  Pero, ¿y las otras  – La mejor arveja es
        do entero era verde. Y  rá más lejos -aventuró la  vidada de la naturaleza.  de que asoma junto al  arvejas? Pues verás:  la mía -seguía diciendo el
        tenían toda la razón. Cre-  menor de las cinco. No  -¡Será lo que haya de  cristal y que mueve el  aquella que salió volan-  vertedero.-
        ció la vaina y crecieron  tardaremos en saberlo.  ser! -repitió.        viento?
        las arvejas; para aprove-  -Será lo que haya de    Vivía en la buhardilla  La madre se acercó a
        char mejor el espacio, se  ser -contestó la mayor.  una pobre mujer que se  la ventana y la entre-
        pusieron en fila. Por fue-  ¡Zas!, estalló la vai-  ausentaba durante la jor-  abrió.
        ra lucía el sol y calentaba  na y las cinco arvejas sa-  nada para dedicarse a  -¡Mira! -dijo, es una
        la vaina, mientras la llu-  lieron rodando a la luz  limpiar estufas, aserrar  planta de arveja que ha
        via la limpiaba y volvía  del sol. Estaban en una  madera y efectuar otros  brotado aquí con sus ho-
        transparente. El interior  mano infantil; un chi-  trabajos pesados, pues  jitas verdes. ¿Cómo lle-
        era tibio y confortable,  quillo los sujetaba fuer-  no le faltaban fuerzas ni  garía a esta rendija? Pues
        había claridad de día y os-  temente y decía que  ánimos, a pesar de lo  tendrás un jardincito en
        curidad de noche, tal   estaban como hechas a   cual seguía en la pobre-  que recrear los ojos.
        como debe ser. Las      medida para su cerba-   za.                        Acercó la camita de la  H  E   R   M   A   N    I  T   A   R   T
        arvejas en la vaina iban  tana. Y metiendo una     En la reducida habita-  enferma a la ventana
        creciendo y se entrega-  en ella, sopló.        ción quedaba sólo su úni-  para que la niña pudiese  H  T  S  A   T   E   U   Q   A   H   C
        ban a sus reflexiones,     -¡Heme aquí volan-   ca hija, mocita delicada y  contemplar la tierna  I   S   S   D   O   D   N   A   L   O   V
        pues en algo debían ocu-  do por el vasto mundo!  linda que llevaba un año  planta, y la madre se  J  E   I   A   G   N   Z    I  E    I  C
        parse.                  ¡Alcánzame, si puedes!  en cama, luchando entre  marchó al trabajo.
           -¿Nos pasaremos      -y salió disparada.     la vida y la muerte.       -¡Madre, creo que me   A   D   A   T   L   E    I  O   V   E   H
        toda la vida metidas       -Yo me voy directo al   -¡Se irá con su herma-  repondré! -exclamó la  R   R   S   Z   R    L  T   T   R   S   G
        aquí? -decían. ¡Con tal de  Sol -dijo la segunda. Es  nita! -suspiraba la mujer.  chiquilla al atardecer. ¡El
        que no nos endurezca-   una vaina como debe     Tuve dos hijas, y muy   sol me ha calentado tan   D   E   A   E   N   B    I  B   S   L   E
        mos a fuerza de encie-  ser, y sé que me irá muy  duro me fue cuidar de las  bien hoy! La arveja cre-  I  V  J  Z  U  A   A   R   A   E   P
        rro! Me da la impresión  bien.                  dos, hasta que el desti-  ce a las mil maravillas, y
        de que hay más cosas allá  Y allá se fue.       no me llevó una. Bien   también yo saldré ade-    N   M   E   Q   E    T  R   T   A   D   D
        fuera; es como un pre-     -Cuando lleguemos a  quisiera yo ahora que me  lante y me repondré al  C   U   V   A   A   R   N   E   S   M   T
        sentimiento.            nuestro destino podre-  dejase la que me queda,  calor del sol.           I   L   R   N   I   O   B   O   P   E   A
           Fueron transcurrien-  mos descansar un rato -  pero seguramente no le   -¡Sería una alegría! -
        do las semanas; las     dijeron las dos siguien-  parece bien que estén  suspiró la madre, que    T   L   A   P   Z   F   P   O   R   S   R
        arvejas se volvieron    tes-, pero nos queda aún  separadas y se llevará a  abrigaba muy pocas es-  O  I  V   A   I   N   A   O   P   B   E
        amarillas, y la vaina, tam-  un buen trecho para ro-  ésta con su hermana.  peranzas. Puso un palito
        bién.                   dar-, y, en efecto, roda-  Pero la doliente mu-  al lado de la tierna plan-  O  D  N  A   D   O   R   G   O   N   H
           -¡El mundo entero se  ron por el suelo antes de  chachita seguía vivien-  ta que tan buen ánimo  C  A  D   A   T   C   E   Y   O   R   P
        ha vuelto amarillo! -ex-  ir a parar a la cerbatana,  do; se pasaba todo el  había infundido a su hija,
        clamaron; y podían afir-  pero al fin dieron en ella.  santo día resignada y  para evitar que el viento  H  C  H  V  N  C  N  A   M   A   A
        marlo sin reservas.        ¡Llegaremos más le-  quieta, mientras su ma-  la estropease. Sujetó en
           Un día sintieron un ti-  jos que todas!      dre estaba fuera, a ganar  la tabla inferior un hilo
        rón en la vaina; había     -¡Será lo que haya de  el pan de las dos.    gordo y lo ató en lo alto
        sido arrancada por las  ser! -sentenció la última  Llegó la primavera;  del marco de la ventana,
        manos de alguien, y, jun-  al sentirse proyectada a  una mañana, temprano  con el cometido de que
        to con otras, vino a en-  las alturas. Fue a dar  aún, cuando la madre se  la planta tuviese un pun-
        contrarse en el bolsillo  contra la vieja tabla bajo  disponía a marcharse a la  to de apoyo donde en-
        de una chaqueta.        la ventana de la buhar-  faena, el sol entró piado-  roscar sus zarcillos a me-
           -Pronto nos abrirán -  dilla, justamente en una  so a la habitación por la  dida que se encaramase.
   12   13   14   15   16   17   18   19   20   21   22