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Las aventuras del cardo
VERSIÓN LIBRE DE CUENTO CLÁSICO DE HANS CHRISTIAN ANDERSEN
última y única flor; era flor de cardo. Se habló
grande y llena, había mucho de esta flor, y tam-
brotado muy cerca de la bién de la otra, la flor
raíz. postrera de color de pla-
El viento soplaba ya ta, cuya imagen sería ta-
muy fresco, los colores llada en el marco.
se esfumaron, la belleza El aire difundió la
se desvaneció. El cáliz de conversación por toda la
la flor, grande como una comarca.
alcachofa, parecía un gi- -¡Lo que es la vida! -
rasol marchito. exclamó el cardo-. Mi
Se presentó en el jar- primogénita fue a parar
dín la joven pareja, con- al ojal, y la última, al
vertidos ya en marido y marco. ¿Adónde iré yo?
mujer, y fueron pasean- Mientras tanto, el bo-
do a lo largo de la valla. rriquillo, desde el borde
La esposa se asomó por del camino, seguía mi-
encima. rándolo de reojo.
-Ahí sigue aún el gran -Acércate, golosina
cardo -dijo-. Ya no tiene mía. No puedo ir hasta ti,
flores. el ronzal no alcanza.
-Mira, le queda el es- Pero el cardo no res-
pectro de la última -ob- pondió, sumido como se
servó él señalando el hallaba en sus pensa-
plateado resto de la flor. mientos.
-También así es boni- Estuvo cavilando así
ta -exclamó ella-. Hay hasta Navidad, y de su
que cortarla, la coloca- concentración mental
remos en el marco de nació una flor.
Ante una rica quinta cardo del exterior, con la flor de cardo se había de del camino, pero la nuestro retrato. -Mientras los hijos lo
señorial se extendía un sus grandes flores azules ganado también su cora- cuerda era demasiado Y el joven tuvo que pasaban bien allá den-
hermoso y bien cuidado y rojas. Sonrió al verlo y zón y su mano. Formaban corta para llegar hasta saltar nuevamente la va- tro, su madre se resigna
jardín plantado de árbo- pidió al hijo de la casa una magnífica pareja, y él. lla y cortar el cáliz de la a permanecer en el exte-
les y flores raras. Todos que le cortase una de ella era un buen partido. El cardo estuvo tanto flor del cardo. Éste le pin- rior, frente al vallado.
los que visitaban la finca ellas. -Soy yo quien lo ha tiempo pensando en el de chó el dedo, enfadado -Es un noble pensa-
expresaban su admira- -Es la flor de Escocia hecho -pensó el cardo, Escocia, a cuya familia porque lo había llamado miento -dijo el rayo de
ción por él. La gente de la -le dijo-. Figura en el es- refiriéndose a la flor que pertenecía, que acabó «espectro». Y la flor en- sol-. También tú tendrás
comarca, tanto del campo cudo de mi país. Dámela. había dado para el ojal-. creyendo que también él tró en el jardín, luego en un buen sitio.
como de las ciudades, El joven eligió la más Y cada nueva yema que había venido de aquel el salón del palacio don- -¿En la maceta o en el
acudía los días de fiesta y bonita y se pinchó los se abría hubo de escu- país y que sus padres fi- de había un cuadro re- marco? -preguntó el car-
pedía permiso para visitar dedos, como si la flor char el acontecimiento. guraban en el escudo del presentando a la joven do.
el parque; incluso escue- hubiese crecido en un es- -No hay duda de que reino. pareja. -¡En un cuento! -res-
las enteras se presenta- pinoso rosal. me trasplantarán al jar- Eran pensamientos En el ojal del novio pondió el rayo de sol.
ban para verlo. La damita puso el car- dín -se decía el cardo-. elevados, como un gran aparecía pintada una Aquí lo tienes.-
Delante de la valla, do en el ojal del joven, Tal vez me pongan en una cardo como aquél bien
por la parte de afuera quien se sintió muy ha- maceta, bien apretadita. puede tener de cuando en
junto al camino, crecía lagado por ello. Todos Eso sí que sería un gran cuando.
un enorme cardo; su raíz los demás habrían cedi- honor. -A veces ocurre que
era vigorosa y vivaz, y se do muy a gusto la flor Y la planta lo desea- uno es de buena familia
ramificaba de tal modo respectiva a cambio de ba con tanto afán, que sin saberlo -manifestó la
que él sólo formaba un aquélla, obsequio de las exclamó, persuadida: ortiga que crecía a su
matorral. lindas manos de la seño- -¡Iré a una maceta! lado; también ella tenía
Nadie se detenía a rita escocesa. Y si el hijo Prometió a cada cierto presentimiento de
mirarlo, excepto el viejo de la casa se sentía hon- florcita que nacía de su que, debidamente trata-
asno que tiraba del ca- rado, ¡qué no sentiría la pie que iría también a la da, podía llegar a dar
rro de la lechera. El ani- planta! maceta y quizás al ojal, una fina muselina, de la
mal estiraba el cuello Le pareció como si que es lo más alto a lo que usan las reinas. H E O G Z A I V O N T
hacia la planta y le de- por todos sus tejidos co- que se puede aspirar. Pasó el verano y lue- H A S M T O N S A H C
cía: ¡Qué hermoso eres! rrieran rocío y rayos de Pero ninguna fue a parar go el otoño. Las hojas de
Te comería. Pero el ron- sol. al tiesto, y no digamos ya los árboles cayeron, las I T O D U D N I L O V
zal no era bastante largo -Resulta, pues, que al ojal. Bebieron aire y flores adquirieron colo-
para que el pollino pu- soy mucho más de lo que luz, lamieron los rayos res más brillantes, pero J E I R G S C I E I A
diese alcanzarlo. pensaba -se dijo el car- del sol durante el día y el exhalaban menos aro- A C E T T O E O V T S
Habían llegado nume- do para sus adentros-. rocío durante la noche, ma.
rosos invitados al pala- Mi puesto era dentro del florecieron, recibieron la El mozo jardinero O A T A C C T L I S O
cio: nobles parientes de vallado, y no fuera. Es visita de abejas y cantaba en el jardín, por D M N S C B E N I S L
la capital, jóvenes y lin- que a veces lo sitúan a tábanos que buscaban la encima del vallado:
das muchachas, entre uno de modo bien raro en miel contenida en la flor Cuesta abajo y cues- R V E I U R E P A N R
ellas una señorita que el mundo. Pero ahora al y se alejaban después de ta arriba, así es toda la A M M Q S G A T S O A
procedía de muy lejos, de menos tengo uno de los tomarla. vida.
Escocia. míos del otro lado de la -¡Banda de ladrones! Los tiernos abetos del C U A S O O I M N E T
Era de alta cuna, rica valla, y en un ojal por -exclamó el cardo-. Si pu- bosque recibían las pri-
en dinero y en propieda- añadidura. diese ensartarlos… Pero meras visitas navideñas, I L V M O R L Z O E R
des, lo que se dice un La planta contaba no puedo. a pesar de que faltaba T L I P A N A O R C A
buen partido. Así lo pen- aquel hecho a cada nue- Las flores agacharon aún mucho para Navi-
saba más de un joven va yema que se abría y la cabeza y se marchita- dad. Aquello era deses- O R T G I L A O G B S
soltero, y las madres es- desplegaba, y no trans- ron, pero brotaron otras perante. P D R A D O R B O G N
taban de acuerdo. currirían muchos días nuevas. -Y yo sin moverme de
Los jóvenes salieron sin que el cardo se ente- -Llegan a punto -dijo aquí – lamentaba el car- C A U O R T I G A R E
a correr por el césped y a rase, no por los hombres el cardo-. Estoy esperan- do-. Se diría que nadie se M C F V N C N A M T E
jugar al fútbol; pasearon ni por el parloteo de los do de un momento a otro acuerda de mí, y, sin em-
luego entre las flores y pájaros sino por el pro- que nos pasen al otro bargo, ¿quién, sino yo,
cada una de las mucha- pio aire -que recoge y lado de la valla. hizo el noviazgo? Se pro-
chas cortó una y la puso propaga todos los rumo- Unas margaritas ino- metieron y hoy hace ocho
en el ojal de un joven. La res, tanto de las avenidas centes y un llantén escu- días se celebró la boda.
señorita escocesa estuvo más apartadas del jardín chaban atónitos y admi- Pero no voy a ser yo quien
buscando largo rato sin como de los salones del rados, creyendo todo lo dé el primer paso; por lo
encontrar ninguna a su palacio, cuyas ventanas que decía. demás, tampoco podría.
gusto, hasta que, al mi- y puertas están abiertas- El viejo asno de la le- Transcurrieron va-
rar por encima de la va- , que el joven que recibie- chera miraba furtivamen- rias semanas. El cardo
lla, se dio cuenta del gran ra de la linda escocesa te el cardo desde el bor- seguía en el lugar con su