Page 17 - Semanario-27-09-24.pmd
P. 17

Las aventuras del cardo



        VERSIÓN LIBRE  DE  CUENTO  CLÁSICO DE HANS CHRISTIAN  ANDERSEN



                                                                                                        última y única flor; era  flor de cardo. Se habló
                                                                                                        grande y llena, había   mucho de esta flor, y tam-
                                                                                                        brotado muy cerca de la  bién de la otra, la flor
                                                                                                        raíz.                   postrera de color de pla-
                                                                                                           El viento soplaba ya  ta, cuya imagen sería ta-
                                                                                                        muy fresco, los colores  llada en el marco.
                                                                                                        se esfumaron, la belleza   El aire difundió la
                                                                                                        se desvaneció. El cáliz de  conversación por toda la
                                                                                                        la flor, grande como una  comarca.
                                                                                                        alcachofa, parecía un gi-  -¡Lo que es la vida! -
                                                                                                        rasol marchito.         exclamó el cardo-. Mi
                                                                                                           Se presentó en el jar-  primogénita fue a parar
                                                                                                        dín la joven pareja, con-  al ojal, y la última, al
                                                                                                        vertidos ya en marido y  marco. ¿Adónde iré yo?
                                                                                                        mujer, y fueron pasean-    Mientras tanto, el bo-
                                                                                                        do a lo largo de la valla.  rriquillo, desde el borde
                                                                                                        La esposa se asomó por  del camino, seguía mi-
                                                                                                        encima.                 rándolo de reojo.
                                                                                                           -Ahí sigue aún el gran  -Acércate, golosina
                                                                                                        cardo -dijo-. Ya no tiene  mía. No puedo ir hasta ti,
                                                                                                        flores.                 el ronzal no alcanza.
                                                                                                           -Mira, le queda el es-  Pero el cardo no res-
                                                                                                        pectro de la última -ob-  pondió, sumido como se
                                                                                                        servó él señalando el   hallaba en sus pensa-
                                                                                                        plateado resto de la flor.  mientos.
                                                                                                           -También así es boni-   Estuvo cavilando así
                                                                                                        ta -exclamó ella-. Hay  hasta Navidad, y de su
                                                                                                        que cortarla, la coloca-  concentración mental
                                                                                                        remos en el marco de    nació una flor.
           Ante una rica quinta  cardo del exterior, con  la flor de cardo se había  de del camino, pero la  nuestro retrato.      -Mientras los hijos lo
        señorial se extendía un  sus grandes flores azules  ganado también su cora-  cuerda era demasiado  Y el joven tuvo que  pasaban bien allá den-
        hermoso y bien cuidado  y rojas. Sonrió al verlo y  zón y su mano. Formaban  corta para llegar hasta  saltar nuevamente la va-  tro, su madre se resigna
        jardín plantado de árbo-  pidió al hijo de la casa  una magnífica pareja, y  él.                lla y cortar el cáliz de la  a permanecer en el exte-
        les y flores raras. Todos  que le cortase una de  ella era un buen partido.  El cardo estuvo tanto  flor del cardo. Éste le pin-  rior, frente al vallado.
        los que visitaban la finca  ellas.                 -Soy yo quien lo ha  tiempo pensando en el de  chó el dedo, enfadado    -Es un noble pensa-
        expresaban su admira-      -Es la flor de Escocia  hecho -pensó el cardo,  Escocia, a cuya familia  porque lo había llamado  miento -dijo el rayo de
        ción por él. La gente de la  -le dijo-. Figura en el es-  refiriéndose a la flor que  pertenecía, que acabó  «espectro». Y la flor en-  sol-. También tú tendrás
        comarca, tanto del campo  cudo de mi país. Dámela.  había dado para el ojal-.  creyendo que también él  tró en el jardín, luego en  un buen sitio.
        como de las ciudades,      El joven eligió la más  Y cada nueva yema que  había venido de aquel  el salón del palacio don-  -¿En la maceta o en el
        acudía los días de fiesta y  bonita y se pinchó los  se abría hubo de escu-  país y que sus padres fi-  de había un cuadro re-  marco? -preguntó el car-
        pedía permiso para visitar  dedos, como si la flor  char el acontecimiento.  guraban en el escudo del  presentando a la joven  do.
        el parque; incluso escue-  hubiese crecido en un es-  -No hay duda de que  reino.               pareja.                    -¡En un cuento! -res-
        las enteras se presenta-  pinoso rosal.         me trasplantarán al jar-   Eran pensamientos       En el ojal del novio  pondió el rayo de sol.
        ban para verlo.            La damita puso el car-  dín -se decía el cardo-.  elevados, como un gran  aparecía pintada una  Aquí lo tienes.-
           Delante de la valla,  do en el ojal del joven,  Tal vez me pongan en una  cardo como aquél bien
        por la parte de afuera  quien se sintió muy ha-  maceta, bien apretadita.  puede tener de cuando en
        junto al camino, crecía  lagado por ello. Todos  Eso sí que sería un gran  cuando.
        un enorme cardo; su raíz  los demás habrían cedi-  honor.                  -A veces ocurre que
        era vigorosa y vivaz, y se  do muy a gusto la flor  Y la planta lo desea-  uno es de buena familia
        ramificaba de tal modo  respectiva a cambio de  ba con tanto afán, que  sin saberlo -manifestó la
        que él sólo formaba un  aquélla, obsequio de las  exclamó, persuadida:  ortiga que crecía a su
        matorral.               lindas manos de la seño-   -¡Iré a una maceta!  lado; también ella tenía
           Nadie se detenía a   rita escocesa. Y si el hijo  Prometió a cada    cierto presentimiento de
        mirarlo, excepto el viejo  de la casa se sentía hon-  florcita que nacía de su  que, debidamente trata-
        asno que tiraba del ca-  rado, ¡qué no sentiría la  pie que iría también a la  da, podía llegar a dar
        rro de la lechera. El ani-  planta!             maceta y quizás al ojal,  una fina muselina, de la
        mal estiraba el cuello     Le pareció como si   que es lo más alto a lo  que usan las reinas.     H   E   O   G   Z   A    I  V   O   N   T
        hacia la planta y le de-  por todos sus tejidos co-  que se puede aspirar.  Pasó el verano y lue-  H  A   S   M   T   O   N   S   A   H   C
        cía: ¡Qué hermoso eres!  rrieran rocío y rayos de  Pero ninguna fue a parar  go el otoño. Las hojas de
        Te comería. Pero el ron-  sol.                  al tiesto, y no digamos ya  los árboles cayeron, las  I  T  O  D  U   D   N    I  L   O   V
        zal no era bastante largo  -Resulta, pues, que  al ojal. Bebieron aire y  flores adquirieron colo-
        para que el pollino pu-  soy mucho más de lo que  luz, lamieron los rayos  res más brillantes, pero  J  E  I  R   G   S   C    I  E   I   A
        diese alcanzarlo.       pensaba -se dijo el car-  del sol durante el día y el  exhalaban menos aro-  A  C  E  T   T   O   E   O   V   T   S
           Habían llegado nume-  do para sus adentros-.  rocío durante la noche,  ma.
        rosos invitados al pala-  Mi puesto era dentro del  florecieron, recibieron la  El mozo jardinero  O  A    T  A   C   C   T   L   I   S   O
        cio: nobles parientes de  vallado, y no fuera. Es  visita de abejas y   cantaba en el jardín, por  D  M   N   S   C   B   E   N   I   S   L
        la capital, jóvenes y lin-  que a veces lo sitúan a  tábanos que buscaban la  encima del vallado:
        das muchachas, entre    uno de modo bien raro en  miel contenida en la flor  Cuesta abajo y cues-  R  V   E    I  U   R   E   P   A   N   R
        ellas una señorita que  el mundo. Pero ahora al  y se alejaban después de  ta arriba, así es toda la  A  M  M  Q  S   G   A   T   S   O   A
        procedía de muy lejos, de  menos tengo uno de los  tomarla.             vida.
        Escocia.                míos del otro lado de la   -¡Banda de ladrones!    Los tiernos abetos del  C  U   A   S   O   O    I  M   N   E   T
           Era de alta cuna, rica  valla, y en un ojal por  -exclamó el cardo-. Si pu-  bosque recibían las pri-
        en dinero y en propieda-  añadidura.            diese ensartarlos… Pero  meras visitas navideñas,  I   L  V   M   O   R   L   Z   O   E   R
        des, lo que se dice un     La planta contaba    no puedo.               a pesar de que faltaba    T    L   I  P   A   N   A   O   R   C   A
        buen partido. Así lo pen-  aquel hecho a cada nue-  Las flores agacharon  aún mucho para Navi-
        saba más de un joven    va yema que se abría y  la cabeza y se marchita-  dad. Aquello era deses-  O  R    T  G    I  L   A   O   G   B   S
        soltero, y las madres es-  desplegaba, y no trans-  ron, pero brotaron otras  perante.            P   D   R   A   D   O   R   B   O   G   N
        taban de acuerdo.       currirían muchos días   nuevas.                    -Y yo sin moverme de
           Los jóvenes salieron  sin que el cardo se ente-  -Llegan a punto -dijo  aquí – lamentaba el car-  C  A  U  O   R   T    I  G   A   R   E
        a correr por el césped y a  rase, no por los hombres  el cardo-. Estoy esperan-  do-. Se diría que nadie se  M  C  F  V  N  C  N  A  M  T  E
        jugar al fútbol; pasearon  ni por el parloteo de los  do de un momento a otro  acuerda de mí, y, sin em-
        luego entre las flores y  pájaros sino por el pro-  que nos pasen al otro  bargo, ¿quién, sino yo,
        cada una de las mucha-  pio aire -que recoge y  lado de la valla.       hizo el noviazgo? Se pro-
        chas cortó una y la puso  propaga todos los rumo-  Unas margaritas ino-  metieron y hoy hace ocho
        en el ojal de un joven. La  res, tanto de las avenidas  centes y un llantén escu-  días se celebró la boda.
        señorita escocesa estuvo  más apartadas del jardín  chaban atónitos y admi-  Pero no voy a ser yo quien
        buscando largo rato sin  como de los salones del  rados, creyendo todo lo  dé el primer paso; por lo
        encontrar ninguna a su  palacio, cuyas ventanas  que decía.             demás, tampoco podría.
        gusto, hasta que, al mi-  y puertas están abiertas-  El viejo asno de la le-  Transcurrieron va-
        rar por encima de la va-  , que el joven que recibie-  chera miraba furtivamen-  rias semanas. El cardo
        lla, se dio cuenta del gran  ra de la linda escocesa  te el cardo desde el bor-  seguía en el lugar con su
   12   13   14   15   16   17   18   19   20   21   22