Pocas cosas me fascinan tanto como un espectáculo de títeres. Por no muchas hubiera caminando quince cuadras en plena ola de calor a las cuatro de la tarde buscando la clemencia momentánea de algún árbol bonachón como si fuera el oasis para un transeúnte del desierto. 

Había títeres el sábado pasado en la inauguración del nuevo espacio público en el edificio del que fue hasta febrero de 2021 el Mercado Modelo. Esa realidad inventada, pero que llega a ser tan real como mi existencia, me atrapa. 

Por momentos me vi obligado a adoptar una mirada más adulta y reprimir el gesto de asombro de mis compañeros de platea. Me lo imponía en nombre de las varias décadas que nos distanciaban.

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