Maestro, escritor y sembrador de memorias
Los más jóvenes conocen a María Inés, su hija, pero para muchas generaciones de uruguayos el maestro José Obaldía es un meridiano en la cultura nacional. Fue maestro, escritor, lexicógrafo, miembro de la Academia Nacional de Letras que presidió entre 1999 y 2003. Autor de cuentos, canciones, recopilador de coplas populares y reconocido por su defensa del lenguaje y la cultura popular uruguaya.
Es autor de letras de canciones interpretadas por músicos como Los Olimareños (La tardecita y el Tiento) y otros grupos como el Dúo Canta Claro que i n t e r p r e t ó e l t r a b a j o Los Pagos de Obaldía. Publicó más de 30 libros, entre ellos Las veinte mentiras de verdad (*) y Entre dos luces. Fue una voz querida en la radio y la cultura oral uruguaya, con humor, calidez y memoria viva de su pago. El tejedor de palabras y memorias vivas del Uruguay profundo, le han llamado.
Su patria fue —como él mismo dijo— más que un lugar: “El afecto por el pago parece que nace con uno mismo. Es como congénito.”
Vivió desde 1950 en Montevideo, ciudad a la que, decía, también le debía mucho. Obaldía convirtió la infancia, la copla, los cuentos de su pago chico y la charla de boliche en páginas para todos. Escribió porque sus amigos le pedían: “Eso tenés que escribirlo.” Y escribió, con humor, ternura y gratitud. Hoy su voz y pensamiento vivos quedan en sus libros y en anécdotas que permanecen para volver con él: “Cierro los ojos y la cuadra de mi infancia está enterita.”
Nos enseñó que la patria y la infancia caben en una copla bien contada. A su familia, amigos, alumnos, compañeros de la Academia, llegue nuestro abrazo por su vida generosa. (*) Las veinte mentiras de verdad integró una inolvidable cita en una columna de Oscar Geymonat Fuente: citas tomadas de una entrevista en Radio Sarandí.
Maestro, gratitud infinita
Al maestro José María Obaldía, el «Tronco» Obaldía, me fue dado conocerlo en Treinta y Tres, un amigo en común (Uruguay Lucas Magallanes) me puso en contacto con él.
Ante la noticia de su fallecimiento se actualiza mucha información y memoria. Las dos fechas esenciales del maestro Obaldía, como diría Borges, son 16 de agosto de 1925 y 16 de julio de 2025. Él, seguramente, agregaría unas cuantas más y le sobraría razón para hacerlo; pero esas fechas dan una idea. Me dijo una vez: «capaz que usted no tiene la respuesta para la pregunta de algún alumno; pero tiene elementos para darle una idea. Dele una idea de por dónde puede ir la cosa. Después, teniendo la idea, lo demás sale solito». Fue maestro, poeta, narrador, participó en espacios de radio, incesante ha sido su actividad docente en el más amplio espectro del significado de ser Docente.
Extensa y motivadora es la lista de sus libros y actividades. Es una lástima que algunas conversaciones solo permanezcan en la memoria de quienes las han tenido. Las extrañas vueltas de la vida me habían dejado en Treinta y Tres, profesor en el liceo Dr. Nilo Goyoaga, y una vez le conté cómo había ido a parar allí. De ahí a dialogar sobre los pagos y los ires y venires, todo fue uno. A menudo citaba las palabras de un personaje de Juan José Morosoli, del cuento «Un gaucho», a quien alguien le pregunta de qué pago es y él responde «mi pago es donde yo ando». Concepto hermoso y triste a la vez que ayuda, si no a consolar, al menos a «hacerse una idea» de cómo son las cosas.
En ocasiones es difícil, si no imposible, hablar de alguien sin hablar de uno mismo. Quizás por aquello de que, al final de las cuentas, somos todos lo mismo. Planteada esta inquietud a mi amigo Oscar Geymonat, me responde «es usted que lo conoció y uno puede dar testimonio de cuánto ha dejado él en la vida de uno». Bien. Al maestro Obaldía lo conocí, fundamentalmente, a través de sus libros. Personalmente tuve poco contacto «en vivo», quizás algo más en correspondencia (él vivía en Montevideo, yo en Treinta y Tres). Pero contaré aquí cómo y cuánto impactó en mi vida. Era un ser de una apacible generosidad, siempre dispuesto a la conversación interminable y con una refinada sensibilidad. Desde la dimensión que le daba su trayectoria, su obra, lo que significaba en el ambiente «cultural» uruguayo, me hablaba como con timidez, como disculpándose por estar ocupando mi atención. Motivaba en uno la aspiración de ser como él, de incorporar aunque fuera un poquito de tanta inmensa humildad.
Era su forma de concebir la vida y la docencia: sembrar humanidad para que aflore siempre desde los rincones del olvido.
Hace un rato, cuando supe de su fallecimiento, se sacudió la rinconada del olvido y atropellaron las palabras y los recuerdos. Treinta y Tres, el liceo Nilo Goyoaga, mis hijos, tanta y tanta gente que, como dice el poema de Yupanqui, «nos perdemos por el mundo / nos volvemos a encontrar». Pero, fundamentalmente, la presencia íntima de alguien que nos ha inspirado a ser mejores, a ser generosos, humildes de verdad, y aprender siempre, como con inocencia, de todo lo que la vida nos ofrece. Lo suyo fue una siembra de humanidad. Más que suficiente, maestro. Gratitud infinita.
Jorge Luis Miguel
Es profesor de Literatura. Ejerció en Enseñanza Secundaria y en varias sedes del CERP Centro Regional de Profesores.
Vive en Berrondo, departamento de Florida.